La Negra Matea, hija y nieta de esclavos, nacida el 21 de septiembre
del año de 1773, al sur de San José de Tiznado, estado Guarico; era un
pequeño pueblo ubicado en pleno corazón de Venezuela, allí, donde se
encontraba el Hato El Totumo, propiedad de Don Juan Vicente de Bolívar y
Ponte, padre de nuestro libertador.
Al igual que el resto de los esclavos, llevaba el apellido de su
dueño. Matea se encargó de los quehaceres de la hacienda, de cuidar y
encargarse de Simoncito, contarle cuentos, leyendas y divertirlo con
algunos juegos de la época.
Matea Bolívar apenas era 10 años mayor que Simón.
La Negra Matea vivió entre la hacienda El Totumo y la residencia
caraqueña de los Bolívar. Desde muy niña trabajó como aya de los Bolívar
más pequeños. Fue ella quien lo llevó en sus brazos hasta la pila
bautismal; y junto con la negra Hipólita, cuidó y dio amor al niño
Simón. Ambas fueron muy queridas y recordadas por el Libertador en
cartas posteriores.
Al morir Doña Maria Concepción Palacios, en 1792, Matea fue asignada a
Maria Antonia Bolívar, hermana de Simón, de esta manera se encargó de
las nuevas generaciones Bolívar.
“Duélmete mi niño/ Mi niño Simón/ que allá viene el coco/ con un
carrerón/ Mira que tu mae/ con sus hermanitos/ Salió a San Mateo/ Salió
tempranito/ Duélmete Simón/ de mi corazón/ Te doy mazamorra/ también
papelón/ Tú sí eres inquieto/ Mi niño por Dios/ Arroró mi niño/ arroró
mi sooó/ Duélmete mi niño/ mi niño Simón”. Se decía que así le cantaba a
Simón Bolívar en su infancia la negra Matea.
Años después, cuando Simón regresó de Europa casado con Maria Teresa
Rodríguez del Toro, se llevó a la negra Matea de vuelta a San Mateo. En
esa misma hacienda, lloraron juntos la muerte de Maria Teresa, quien
fue victima de la fiebre amarilla.
Debido a las persecuciones de los Españoles, tuvo que huir con Maria Antonia a la Habana, donde se quedaron hasta 1823.
El 28 de Octubre de 1876, Matea fue invitada a asistir al traslado de
los restos de Bolívar desde la Catedral de Caracas hasta el Panteón
Nacional. El mismo Antonio Guzmán Blanco, el presidente, en ese
entonces, de Venezuela la llevó del brazo y al acercarse al monumento
exclamó con dolor: “¡Hijo mió, hijo mió!”.
El 29 de Marzo de 1886, muere en Caracas y sus restos
reposan en la cripta de los Bolívar, en la capilla de la Santísima
Trinidad, en la Catedral de Caracas.